
“Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias” - Eduardo Galeano
Este último mes estuve viajando por Sri Lanka. Un país de paisajes que te roban el aliento, con elefantes salvajes cruzando caminos, playas perfectas para surfear y templos milenarios ocultos en las montañas. Y, sin embargo, lo que más me emociona al recordar mi viaje no son esos escenarios, sino las personas que conocí en el camino.
Las conversaciones con nuestro conductor, su casa, el curry de su esposa, la sonrisa de su hijo. La abuela de la cabaña en la selva donde me alojé, enseñándome a cocinar dhal curry entre risas porque no nos entendíamos y yo lo hacía todo mal. Los trabajadores de un bar con los que terminé en la fiesta de su pueblo, cantando en cingalés y compartiendo un vaso de arrack.
Ellos, ellas y tantos más.
Desde que empecé a vivir viajando hace un año, viajar ha cobrado una forma y sentido nuevos para mí. ¿Qué se hace cuando no hay aparentemente un límite de tiempo, cuando cualquier destino es una opción? ¿Cómo conservar la motivación y el asombro por descubrir cosas nuevas cuando se vive en una novedad constante?
De pronto, viajar por viajar dejó de tener sentido. Después de mucho ir y venir, descubrí que lo que realmente me mueve es conectar con personas de todo el mundo. Escuchar sus historias, compartir las mías.
Lo llaman "viajar con propósito" o "slow travel". Nunca me gustaron las etiquetas porque sugieren que hay una manera correcta y otra incorrecta de hacer las cosas. Para mí, todo se reduce a montarse el viaje y la vida como a uno le haga feliz. Y esto es lo que me hace feliz: las personas, las anécdotas, esos extraños cuyos nombres se olvidan pero cuyas conversaciones dejan huella en el alma.
Todos estamos hechos de historias, y a mí me gusta contar las que colecciono por el mundo, cuando viajar deja de ser una lista de destinos por tachar.



Senara
Senara tiene 20 años. La conocí a través de una fundación de moda que empodera a mujeres artesanas. Tuve el regalo de conversar y conocernos durante dos horas de ruta por la selva norte de Sri Lanka.
Trabaja de lunes a viernes en su pueblo al noroeste del país. Todos los domingos hace dos horas de tren hasta Colombo para estudiar Relaciones Internacionales y regresa por la noche a casa. Es una modalidad que ofrece el gobierno para gente de escasos recursos.
Me dijo que le gusta trabajar y estudiar porque así puede ayudar en casa mientras retribuye a la sociedad con su trabajo. Su sueño es trabajar para la ONU. Le interesa particularmente el conflicto de Palestina y hace poco, a través de una asociación de jóvenes líderes, tuvo su primer viaje al extranjero a Tailandia.
Cuando llevábamos un rato en silencio, me dijo: “Yo quiero ser como tú. Quiero viajar y conectar con personas”. Fue extraño sentir su admiración cuando era yo quien estaba totalmente encantada con su madurez y personalidad.
20 años, con las cosas claras y los sueños grandes (como siempre deben ser).
LO MEJOR DE
Sri Lanka
1 restaurante/café: Soul Food en Kandy
1 libro: Tamil Tigress de Niromi de Soyza
1 lugar: La vista a Lion Rock desde la cima de Pidurangala en Sigiriya
1 comida: Dhal curry (curry de lentejas coral)
1 experiencia: Retiro ayurveda en Habarana y el trayecto en tren Ella - Kandy
1 película/documental: “Nuestro bebé elefante” en Netflix
1 alojamiento: Whiskey Point Resort en Arugam Bay